viernes, 10 de septiembre de 2010

Ágora: cicatrices del tiempo histórico

Si existe un director galardonado en España, ese debe ser Alejandro Amenábar, quien se ha ganado el respeto y la acreditación para producir prácticamente cualquier proyecto que le venga en mente. Esto debido a sus cuatro películas, que consecutivamente consiguieron aplausos unánimes alrededor del mundo y qué además se dispersan en género de todo tipo.




Desde Tesis, un fabuloso thriller sobre un asesino serial que graba a sus víctimas para después colocar la cinta en el acervo de la biblioteca universitaria. Dejando el suspenso atrás, Abre los Ojos es una vertiginosa propuesta fantástica y de ciencia ficción con respecto a los sueños criogénicos.



Posteriormente llegaría un filme de suspenso sobrenatural de corte hollywoodense: Los Otros, con la participación de Nicole Kidman. Para rematar, Amenábar desató un océano gigantesco de lágrimas con la dramática Mar Adentro, basada en la vida de Ramón Sampedro, un hombre que lucho por su deseo de recibir la prohibida eutanasia, debido a su condición parapléjica.



El imparable ascenso de elogios se topa finalmente con una disyuntiva tras Ágora, la última producción de Amenábar, centrada en Egipto de la decadente Roma oriental del siglo IV. Un periodo crucial para el desarrollo histórico, pues culminó en un choque de ideologías religiosas tras el permiso legal de la práctica del cristianismo. Esta tensión entre creencias provocó la destrucción de una de las grandes joyas del mundo antiguo: La Biblioteca de Alejandría; centro del conocimiento y enseñanza, en donde tomará participación la protagonista de la historia, la astrónoma Hipatia (Rachel Weisz). Un evento que lejos de ser juzgado como un logro o una mancha, es un soporte más para el mundo actual.



La cinta es majestuosa en cuanto al ámbito visual y de reconstrucción de la época. La fotografía recrea íntegramente el toque sepia desértico, correspondiente con esa imagen impregnada de algún modo en nuestra memoria, una ilusión sobre el creer saber cómo era la vida en aquél momento, además de los movimientos de cámara generadores de bocas abiertas.



Sin embargo, la falta de buen sazón radica en una carencia emotiva verosímil entre los personajes, comenzando con Hipatia, filósofa aguerrida, como sólo existen en los diálogos platónicos, defensora del conocimiento y firme ante la idea del aprendizaje del movimiento de cuerpos celestes. La dureza con la que los personajes sostienen su rol vital, los separa de lo cotidiano, como si conocieran su condición de agentes históricos.



De este modo, la cinta ofrece una puesta en escena concentrada en una narración histórica y de tensión ideológica e intelectual. Amenábar coloca en la balanza la ciencia y la religión, como fuerzas donde no hay espacio para la emotividad de la relación entre parejas, sino el deber ser, ya sea por conocimiento o la fe. Ágora es una película incómoda por su excelente forma en que consigue presentar lo que se proyecta como algo que verdaderamente sucedió.

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